Superada la operación salida, con las maletas violeta pasión y tortugas encajadas en el maletero del Grandis, el viaje a nuestra querida Costa Blanca (una, que es de Benidorm y cada vez que va se lleva medio Madrid a cuestas) se ha hecho eterno. Con tres paradas tras los «Me hago piiiiiis» de turno del de tres, que siempre se quedaron en un «ya no tengo ganas», y la meadita encima correspondiente a cinco minutos de la llegada, concluimos con éxito la segunda parte de nuestro plan vacacional.
  Pues ya estamos. Ahora, sin más dilación, a celebrar el cumpleaños del monstruo, ¡con bolas y todo! que no sabes tú las ganas que tiene una de ir de celebreo recién llegada de un viaje de cuatro horas y media, con los tres berreando, espitosos por los nervios benidormenses, habiendo dormido, para no perder las buenas costumbres, cinco o seis horitas como mucho.

Llegada la ansiada nochebuena, los preparativos de rigor para una cena que, desde que hay niños es más una carrera contrareloj para ver quién termina de cenar antes para, con la excusa de ¡uyyyy, pero qué tarde se ha hecho para estos!, poder irse a dormir sin remordimiento ninguno.
Lo mejor, quitarse de encima los kilos de quesos que mi costilla lleva atesorando desde hace un mes y que han hecho imposible abrir la nevera de mi casa sin desmayarse del tufillo a fromage…Aleluya.
  Y llega la Navidad, y con ella el pavo, tradición adquirida de mi familia política y que ha supuesto todo un descubrimiento. Requiere toda una organización y una disciplina militar prepararlo, perdón, prepararla, que es señora. Ya sólo con el coñac se te va casi un día metiendo inyecciones hasta que el brazo se te queda dormido o la aguja pasa a mejor vida. Luego prepara el relleno, que, tras media vida picando a mano descubrimos el maravilloso mundo de la thermomix, con lo que uno ya no puede alardear de pasarse cuatro horas preparándola, luego el tiempo entre costuras para atarlo todo bien y al horno. Que tampoco es un minimalismo de Ferràn Adrià.
Pues ayer resulta que la pava no tenía carcasa, por lo que no absorbía alcohol, se quedaron cortos de relleno, se olvidaron aguja e hilo y reventó después de coserla. Es un milagro que al final pudiéramos dar buena cuenta de ella, algo de lo que a estas horas aún me estoy arrepintiendo, porque avisados estáis: no como hasta Nochevieja.
familia-navidad-elde5   Yo que al fin pude embutirme una falda tubo que desde el 2008 me aguardaba, con etiqueta aún, y, aunque iba justilla ya se dice que antes muerta que sencilla, llegué a casa aguantando la respiración, con la cremallera medio bajada y balanceándome para poder desplazarme… Menos mal que mi cinco y pico me dejó cambiarme para jugar al bingo, porque una hora y media de rodillas en el suelo, para dos bingos que cantó su padre, y un tres en raya que cantó ella, habrían sido un suicidio en toda regla.
Así que hemos cumplido, comido, disfrutado de tres hijos que se han portado como campeones, comido, de una sobrina divina, comido, contado batallitas, comido, oído cantajuegos navideños, comido, bebido vino reserva y comido.
Por lo que, con vuestro permiso, voy a desayunarme un panetone con profiteroles que ayer sólo pude olisquear, que ya empiezo a tenerlos alrededor y hoy promete ser un día largo.   FELIZ NAVIDAD

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