Cuando mi casi siete era un bebote se pasaba el día llorando, bueno, el día y la noche. Más tarde comprendimos que no era una venganza personal, que era su sistema neurológico que estaba totalmente desorganizado. Y sólo había una cosa que le podía calmar: la música.
   ¡Ay, el poder terapéutico de la música! Ese padre cantándole la canción del Zapador para dormir, o esa madre haciendo acopio de todas las canciones de campamentos, coros, y LP’s de juventud que te vienen a la mente a borbotones, a ver si con una de esas la criatura encuentra algún estímulo relajante y se calma.
   Y cuando ya afónica, con las cuerdas vocales en pie de guerra, cuando crees que no vas a poder sobrevivir un día más a los berridos del papá cantando marchas militares (padre que tiene el mismo sentido de afinación que una cabra montesa), vas y descubres a los CANTAJUEGOS, y contigo, tu hijo, y ahí sí que lo has perdido para siempre.
   Pongo la mano en el fuego al decir que no me creo que haya UNA SOLA madre en este universo conocido que no se sepa alguna canción de los Cantajuegos. Bueno, sí la hay, mi amiga Elisa, que no es que sea rara la pobre, símplemente es la excepción que confirma la regla. Suertuda…
   En mi defensa he de decir que, ingenuamente, estaba convencida de que iban a ser flor de un día, a lo sumo dos o tres. Porque eso de hacer refritos de canciones infantiles, no creía yo que fuese a dar para mucho. Así que, ¿por qué no? A mi casi siete le encantan, se tranquiliza, se ríe…Y como por arte de magia, por primera vez en dos años, tienes cuarenta minutos para hacer lo que quieras, lo impensable, algo loco, algo arriesgado, como leer un libro, o un periódico, nada más y nada menos.
   Y un día, sin beberlo ni comerlo, te ves leyendo ese periódico mientras susurras «Yo tengo un tallarín» y cuando te das cuenta cierras rápidamente la boca y aguantas la respiración. Pero es demasiado tarde. Te ha oído. Él te ha oído. Y lo peor, le ha entusiasmado que mami se sepa las canciones que tanto le gustan pero que no puede cantar porque áun no hemos llegado a ese logro. Y te lo pide de la mejor manera que sabe, llorando.
   ¿Qué vas a hacer? Pues cantarle, claro…así que hemos pasado de estar todo el día haciendo improvisaciones a ofrecerle un repertorio, perfectamente ordenado y con banda sonora de fondo.  Y de ahí, a cantarle en la cuna cuando se desvela, en la hora de la comida para que deje de escupir el puré de guisantes que con tanto esmero preparaste, y como no en cuanto subes al coche, porque mi retoño cada vez que parábamos en un semáforo se ponía a llorar. Y ahí nos tenías a su padre y a mí gritando a pleno pulmón «La brujita tapita»…
     Entonces llega el cúlmen, el cenit de tu experiencia cantajueguil: el concierto. Ahí, bien cerquita del escenario, haciendo fotos como una posesa para pillar al Sapo Pepe en todo su esplendor (que he de reconocerlo no está nada mal), súper súper triste porque Monique ha abandonado el grupo y no sabes cómo superarás esa pérdida, y ya de perdidos al río, de pie dando palmas y cantando «Soy una taza» a ver si tu  voz suena más fuerte que la de la madre que está delante.
   Y así, sin más, nos encontramos con que ya vamos por el volumen Diez, el cual, afortunadamente, no tengo el gusto de conocer, rogando a los astros para que se alineen y la cosa siga igual, y para que mis torreznos no lo descubran, porque una ya no está para estas cosas…