Ahora que veo todo el berenjenal que se quedó de la cena de anoche, con todas las maletas por preparar -otra vez-y con ese humor con el que se levanta una a las cuatro de la mañana tras haber dormido tres horas gracias a mi siete -esta te la guardo-, me cuesta horrores felicitar el año a nadie.
   Menos mal que aún me dura la sensación de triunfo por haber superado una Nochevieja más sin haber sido objeto de burla. En concreto, me refiero a mi costilla. Concretando más aún, cuando una nochevieja me hizo una foto dormida en el salón y la mandó a todos sus conocidos, desconocidos, amiguetes y coincidentes del metro a los que se le ocurrió con la típica gracieta de «ambientazo en mi casa».

   Pero este año se ha quedado en eso, en las ganas, porque he sido toda una triunfadora, oe oe oe, y le he dado en las narices al día más largo del año.
  Empezando por el tema comida, que parece que en Nochevieja se acaba el mundo. Porque yo, por más que contaba y recontaba, sólo veía tres adultos y tres niños. Miraba a mi madre, miraba el carro de la compra y las viandas para treinta y siete y volvía a contar, pero oye, que me seguían saliendo seis. Y un kilo de pescado, otro tanto de almejitas, que si coquillas, langostinos, que si quesos, embutidos, las gulas por favor, croquetas y nuggets por si los niños, caldito de pescado…»¿Tú crees que con esto tendremos hija?». Y vuelvo a contar, «pero mamá, ¿es que estás haciendo comida para toda la escalera mujer?» Y que no me diga nadie que no le ha pasado nunca, porque yo ya estaba tomándome un Almax con sólo pensarlo.
   A esto se juntaba el no haber dormido, como siempre, que soy muy pesada lo sé, y claro, las energías que tiene una no son las que tenía con veinte, las cosas como son. Vamos, que a mí me dicen, niña, hacemos merienda cena, nos echamos una cabezadita y luego las uvas, y me planto tacones y todo de la emoción.
   Una locura de casa por la mañana. Porque a todo esto hay tres lobeznos que de preparativos, de maletas, y de estas cosas entienden más bien poco, y como están hipervitaminados o hay algo maligno en ellos, no sé yo, pues no descansan nunca, con lo que también tienes que hacerte cargo de su tiempo libre.
   Menos mal que mi costilla asumió su papel de padre modelo nada más venir de misión, porque como ya dije, esos ocho meses de madre soltera me los tenía que recompensar muy mucho.
    Y luego la abuela, que quieras o no te hace un avío.
   Después que si te cambias de ropa o no, bueno yo lo preparo, vestiditos, camisitas, una muda mona…aunque al final unos en pijama, otros con zapatillas de estar en casa. Bueno, al menos tuve la cortesía de quitarme el forro polar marujil y ponerme un jersey. Detallista que es una.
   ¿Dónde quedaron esos tiempos en los que se te acababa la vida por salir corriendo de tu casa en cuanto daban  las doce? Peluquería, tuneo, maquillaje a porrón y unos vestidos imposibles lo más escasos posibles, porque por lo que me han contado, en la edad del pavo no hay sensación térmica. Ahora me dicen que me ponga un vestido de tirantes, dos dedos por debajo del trasero, con medias finas para salir a una calle que está a cinco bajo cero y directamente me compro un neopreno como poco.
   Y las uvas, esas uvas. Yo tengo un secretillo para tomarme las doce todos los años. Porque, amén de que no me gusta la fruta y soy algo tiquismiquis con eso de tragar pepitas, porque fijo que me atraganto, dedico un rato por la tarde a seleccionar con cuidadoso mimo las más pequeñas de cada racimo. Cuando digo pequeñas digo PEQUEÑAS, del tamaño de medio conguito. Las lavo bien y a esperar. Y qué cosas, siempre gano.
   Es eso o tomar gajos de mandarina como mi prima Aitami, que cualquier día nos da un disgusto ya verás.
   Y este año no iba a ser menos, aunque por poco se nos pasan, porque tan entretenidos estábamos cual abuelo cebolleta viendo refritos de videos de los años de la polka que cuando quisimos darnos cuenta faltaban cuatro minutos. Y mi madre «Diooooosssss, y no le he hecho caso a Rappel para ponerme la ropa del revés!!! y yo «Diossssss mamá, pues ala, tira las uvas y otro año por los suelos!»
   Al final todo salió según lo previsto, comimos, bebimos. tragamos, contamos y nos felicitamos. Y es que aunque éramos pocos éramos bien avenidos.
   Lo más bonito fue que, mi costilla pidió al nuevo año que sea MI año y que mi siete pueda empezar a hablar, y claro, la venilla emocional se hinchó y se hinchó.
   ¿Y qué más le puedo pedir al año nuevo, si ya lo tengo todo…

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