Lo reconozco, asumo mi culpa, hubo un momento en el que fui defensora de la famosísima «Silla de pensar».
   Años de carrera que la avalaban, escuela infantil que la utilizaba, ¿cómo iba a ser perjudicial? Todo lo contrario, habíamos encontrado la panacea para controlar al trasto de mi 3.
   Pero, ¡ay! Resulta que ni todo el monte es orégano, ni es oro todo lo que reluce, y la educación avanza, y hay gente lista que de repente hace un stop en el camino y piensa: «Un momento, ¿qué piensa el niñ@ castigado en la silla de pensar?¿Qué emociones le despierta?¿Está realmente modificando una conducta?
   En esta nueva colaboración con Mamá y Maestra expongo desde mi experiencia como madre agobiada y a veces desesperada cómo ha variado mi perspectiva acerca de esta herramienta «pedagógica» y cómo me he convertido en una firme detractora.
   Considero que hay muchos más métodos, pasando por el diálogo, la racionalización, el respeto a las emociones y los tiempos y la paciencia, mucha paciencia, para lidiar con esos comportamientos inadecuados con los que nuestros pequeños no en pocas ocasiones, nos deleitan hasta rozar la locura.
   Aquí tenéis el enlace, y me contáis, ¿qué pensáis de la silla de pensar? ¿La habéis utilizado?