Insomnio-fiesta-salir-despertares-madrugones-bloggerHay muchas cosas que voy a echar de menos cuando mi triada ya sea mayor, muchas.
Voy a añorar tenerlos pegados como lapas, su ingenuidad, sus reflexiones épicas, sus miradas, sus sonrisas medio hacer, sus «te quiero mami»…
Pero de lo que no me voy a acordar, espero, lo que no voy a querer revivir, lo que voy a desterrar en algún recóndito área inútil de mi cerebro van a ser las horribles, eternas e interminables noches de insomnio y desvele que siete años después aún perduran.
Si antes no he sucumbido, claro está.
Sé que parezco monotema, un día de la marmota, una pesada que siempre tiene sueño y siempre está cansada,…
 Y yo sólo digo que a poco que un día durmáis mal os acordéis de mí, me tengáis bien presente…
No, no me vale que os levantéis a las 6 de la mañana habiendo dormido 7 horitas. No. Quiero noches interrumpidas, con llantos, niños que no se vuelven a dormir, desincronizados. Quiero que tengáis noches en las que no habéis sido capaces de dormir más de una o dos horas -con suerte- seguidas. Quiero que os levantéis a las tres y media de la mañana y no podáis volver a dormir.

Entonces, sólo entonces, compartid conmigo vuestra sensación y cansancio, y podréis llegar a poneros un rato en el pellejo de esta trimadre insomne por fuerza.
Vivir esa horrorosa sensación de noche que no acaba, mientras las horas pasan lentamente, y el niño de turno no se duerme.
Oir el despertador cuando hace media hora que te has quedado profundamente dormida, y no atinas a preparar un triste café porque no distingues el agua de la leche, o el Cola-cao del paquete de Marcilla.
Levantarte a las 2, 3, o 4 de la madrugada, y tener que entrar a las 8 a trabajar como si nada, luchando con unos párpados que no se tienen en su lugar, escondiendo los bostezos, refrescándote, comiendo como una ceporra para estar entretenida y no pensar en dormirte mientras tatas de redactar un informe. Y llegar a casa y no poder echarte un rato porque tienes que recogerlos, sabiendo que vienen descansaditos de dormir en la guardería o el colegio mientras a tí te espera un tarde loca y temes una noche que ya sabes cómo va a acabar.
Y claro, después la estirpe se queda dormida por los rincones, literalmente…
Así han sido los primeros cuatro años de mi vida.
Ahora han mejorado bastante. Los despertares intempestivos son anecdóticos, pero los madrugones siguen siendo obscenos y las desincronizaciones permanecen.

Ahora, que se despierten a las 6 o incluso cinco y media de la mañana es todo un logro. Que los adultos hayamos logrado dormir seis o, si me pongo en plan locura máxima, siete horas, significa estar llenísimo de vitalidad para afrontar el día.

Uy, y ni te cuento el día que alguno amanece a las 7.
No paramos de subir a la habitación a ver si respira y todo está en orden.
Y por eso, se acabaron las actividades nocturnas. Es un lujo que no nos podemos permitir.
La noche ya no es para mí. Y lo fue, en su momento lo fue…
Ahora trasnochar supone echar por la borda toda la rutina familiar, en la que uno de los dos no puede pasar media mañana durmiendo. Entre otras cosas porque no le van a dejar.
Supone tener cuerpo de jota aunque tan sólo haya olido el vinito en cuestión, por la falta de costumbre.
Supone tener una resaca virtual, con jaquecón incluído, con cambios de comportamiento, mal humor, nerviosismo, estado #estoypaquemeentierren, mientras que la tropa grita y te demanda como siempre porque, eso de que mamá ha salido un rato les suena a que ha debido de salir a por pan y de paso a por unas chuches…
Esos ojos estilo Kung fu panda, que no sabes si son restos de maquillaje o la ojera que se apodera de tu cara para no abandonarte en al menos una semana con un poco de suerte.
Así, cada vez que surge un plan que supone llegar a casa más tarde de las 11 me comienzan a temblar hasta los aminoácidos, me sale un sarpullido y en mi mente procuro buscar motivos y excusas para anular o no ir porque ya sé lo que me voy a encontrar después.
Y soy exagerada dicen…a lo mejor.
Por un día, dirán otros…sí, bueno.
Por eso reivindico la noche del insomnio. Para juzgar y valorar desde el profundo conocimiento  a las madres que padecemos este mal asociado a la crianza disfuncional.

Que odiamos – desde las entrañas pero conm cariño- a las que no hacéis más que decir lo bien que duermen los vuestros cuando tenéis enfrente a una demente que empieza a asomar el colmillo y a tener la venilla del cuello hinchada.

Que sólo queremos un ratito de paz nocturna, y las marchas ya no entran en nuestros planes, al menos de momento.
¡Ay! Lo que daría por recuperar un poco de esa nocturnidad… pero antes tengo otras muchas cosas que recuperar, como el pelo que ido perdiendo a causa del estrés que me ha ocasionado la falta de sueño, la debilidad, el disimule de canas que han resistido y se han potenciado, los mil y un achaques que han ido apareciendo consecuencia de los desajustes de comidas y horarios…
Algún día me tocará, lo sé. Desconozco cuándo. Ese día me arreglaré sin que me tiemble el pulso pensando en lo que me espera después de la chapa y pintura, y podré cenar y alternar sin estar desquiciada viendo como cada vez tengo menos minutos para el despertar de las bestias.
Por lo pronto, alejad la tentación de mi. Es lo único que pido.
  
Y tú. ¿eres madre insomne recurrente o de una sola noche?
  

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