Admiro y respeto a los profesionales de cada campo.
  Personas formadas, dedicadas, y en ocasiones con una vocación tal que no conocen horarios y cuya entrega sobrepasa la humanización de su labor.
   Pero en otras ocasiones, está la otra cara de la moneda.
  Está ése o ésa que ocupa un puesto de trabajo, al que puedo denominar de muchas maneras excepto como profesional porque desde luego ni se lo ha ganado, ni su trato y atención merecen dicho calificativo.
   Personas que no son conscientes del daño que pueden hacer con una praxis dejada, incoherente, poco o nada contrastada. Y que de haber comisiones éticas reales y eficientes, dejarían de ejercer y desempeñar su labor hasta obtener una buena dosis de reciclaje, de humildad o simplemente hasta que cambiasen de profesión, o cualquier cosa menos dedicarse a eso.

  Cuando acudes a un Neuropediatra, con un niño de 20 meses, angustiada por sus crisis, por su retraso más que evidente, con todos los miedos del mundo, todas las incertidumbres, todos los temores. Cuando entras en consulta con la esperanza de que el médico empiece a hacerle pruebas y puedas comenzar a tener algún resultado objetivo que te saque de ese sinvivir. Cuando no te has sentado todavía y tras decirle «Buenas tardes» te suelta un «Uy, lo primero de todo, este niño es autista, lo tienen claro, ¿verdad?» Cuando ese señor no le ha observado, no le ha pasado ninguna batería de pruebas, no nos ha hecho ni una sola pregunta. A ese señor hoy le diría que mi hijo no es Autista ni tiene ningún trastorno del espectro autista, y si lo fuera, no es ni mucho menos la manera de comunicárselo a unos padres primerizos desesperados.
   Cuando acudes al Pediatra, ya de forma rutinaria porque ves que tu hijo ha dejado de ser un percentil muy bajo para pasar a sospechar que tiene algún problema. Y que, aunque le dices que con un año no se sostiene recto, que no emite sonidos, que sigue chillando mucho por la noche, sigue manteniendo que los niños tienen su ritmo, a todo esto en dos minutos de consulta cronometrados. Cuando tras ser pesado y pesado te emite un volante para un EEG y un Cariotipo por un «posible retraso psicomotor», ya con 18 meses, como medio para quitarte de encima. A ese pediatra le diría yo hoy que mi hijo tiene un 65% de discapacidad intelectual y millones de problemas, y que desde luego sus avances no han sido gracias a él ni a sus orientaciones.
   Cuando acudes al Ginecólogo porque tus dolores menstruales no te dejan vivir, te están hipotecando la vida. Y tras un examen te dice que tienes Endometriosis y no vas a poder tener hijos, hundiendo tu mundo de golpe y porrazo. A ese señor hoy le enseñaría mi título de familia numerosa
   Cuando en pleno periplo de búsqueda de colegios, buscando una inexistente integración para tu mayor, la directora de uno de tantos te dice que no puede admitir tu solicitud porque al ser «minusválido» tendrán problemas con las medias. A esa señora le diría que se puede ir a la mierda, y que mi hijo es un ser excepcional que supera con creces cualquier estándar que ella pueda marcar, y no se lo merece aunque pudiera entrar algún día.
   Por último, y aunque no tan importante, pero sí motivo de rabia, ¿por qué no? cuando vas al veterinario con tienda de animales incluída, te atiende un Auxiliar de veterinaria (a tu marido que quiere darte una sorpresa), te vende un conejo macho, lo examina, y a los diez meses le baja la regla. O te da dos hamster macho hermanos y al mes han tenido una camada de ocho ratones. O el que te vende dos tortugas de agua para tu hijo mayor y te vas de la tienda sin que el muchacho en cuestión sea capaz de saber el sexo de las mismas. A esos les diría que al menos se escondan en el cuarto de limpieza y se metan en google, por un poco de dignidad más que nada y por la mala prensa que les he hecho, bien merecida por otro lado.
     Cuando se trabaja con personas uno ha de entregarse. Si no te apetece, si no es lo tuyo, dedícate a ser tertuliano. 
 

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