Esta mañana, leyendo la prensa me he encontrado con la noticia de que el Complejo Hospitalario Universitario de Orense (CHUO) ha implantado un nuevo modelo asistencial, más humanizado, en el que se permite a madres, padres y restantes familiares, visitar a los pequeños en UCI de neonatos, las 24 horas del día, incluso cuando los profesionales están realizando pruebas.
   Y me he visto con sentimientos encontrados. 
  Por un lado una gran alegría por lo que supone para esas familias y porque algo tan natural y reivindicado vaya siendo un hecho en cada vez más hospitales, y por otro con un pellizco en el corazón recordando los quince días tan amargos que pasé separada de mi pequeño terremoto, @Elde4, recién nacido, ingresado por un Citomegalovirus congénito.

  Jamás me sentí tan desatendida e incomprendida como madre.
  Sé que muchos de vosotros me entendéis porque habéis vidido situaciones parecidas, con mucho tiempo separados de vuestros bebés, y hemos conversado sobre ello largo y tendido.

   Cuando a las 24 horas de nacer se llevaron a Alejandro algo se me rompió dentro. Sabíamos lo que había. Llevábamos desde el cuarto mes de embarazo con esa angustia. Pero nunca nos imaginamos que estaríamos separados tantos días.
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UCI neonatos QuirónSalud Pozuelo
   No tengo queja alguna del Hospital Quirón de Pozuelo. Todo fue estupendo, parto, profesionales, pero, el hecho de no poder estar en Neonatos con mi hijo fue devastador. 
   Cuando te dicen que tienen que ingresarlo y no puedes acompañarlo. Pasan las horas. Sólo piensas en si tendrá hambre. Avisan y te dicen que ya puedes bajar y pasar. Accedes a la antesala, te lavas bien las manos, te pones peúcos, bata, mascarilla, te disfrazas y piensas que no te va a reconocer, y no atinas a abrir la puerta de los nervios y la ansiedad por abrazar a tu recién nacido. 
   Lo encuentras en la cuna, con la vía puesta, más grande que él. Indefenso, solo…
   Lo coges, le das el pecho y no puedes separarte ni dejar de llorar.
   Cuando te dicen que las visitas son cada tres horas, lo que calculan entre las tomas, y no te puedes creer que tengas que dejarlo allí.
   Y ves que se despega del pecho y tratas de aferrarlo, porque sabes que se acaban tus quince minutos.
   Tuvimos la suerte de vivir al lado del hospital, de manera que podiamos ir y venir, ir y venir. No podía dejar de pensar en esas familias que vivían lejos, cómo lo iban a hacer, cómo se iban a organizar, lo injusto e inhumano de la situación.
   Me sacaba leche constantemente, por la necesidad, el instinto, la convicción de que la lucha contra el virús la íbamos a ganar entre la medicación y la madre naturaleza.
   Cada visita era más amarga, cada separación. Es un sentimiento desgarrador de impotencia.
   Además, tuvimos que dejar de hacer tantas visitas porque tenía dos niños pequeños más, y el mayor vio acentuarse sus crisis, así que no me quedó más remedio que elegir.
   ¿Por qué no podíamos quedarnos uno de nosotros en el hospital?¿Qué mal podíamos hacer?
   Cumpliendo las normas, los protocolos de seguridad, una madre en Uci de neonatos se dedica a consolar, acompañar, amamantar, cuidar, querer a su recién nacido. No entorpece. No molesta. Sólo quiere y espera.
   Me alegra ver que poco a poco más hospitales despierten y entiendan lo inhumano de la situación. Lo curativo del vínculo maternal.
   Sólo quienes lo hemos pasado entendemos ese dolor, y despertarse con noticias así le alegran la existencia a uno.

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