A tí que comienzas este camino, has de saberlo. Es irreversible. Una vez empiezas ya no hay vuelta atrás, por más que lo intentes, por más que te esfuerces.
Puedes salir corriendo, esconderte, cerrar los ojos, taparte los oídos, irte a un monasterio, pero será inútil, porque querida mía, la metamorfosis ha seguido su curso y ha finalizado: te has convertido en una mamá bloguera. Y eso, eso ya es una forma de vida.
Has abierto un blog. Da igual dónde, ni como. Pusiste en Google «hacer un blog» y ahí que te metiste, sin más. Eliges un nombre, escribes y compartes. Y esperas…una visita, dos….»No contar tus propias visitas»  ¡Venga ya, que como no las cuente me hunde en la miseria! Mueves a media familia, pero un 50% no sabe manejar el ordenador y el otro 50% no entienden qué es lo que es…

Creas una fanpage y comienzas a invitar a todos tus amigos, hasta a esos que tienes por compromiso y que ni te caen bien.
Abres cuenta en Google plus que dicen que para el SEO es la leche y porque…bueno no sabes porqué. Ahí la tienes,
Descubres que, ¡oh! se puede compartir en twitter y lo mejor, descubres, ¡oh! twitter. Esa cuenta empolvada hace años se va a convertir en tu mejor amigo los próximos años, así que mímala.
¡Dios! Si parpadeas te lo pierdes. Empiezas a dar follows a cascoporro hasta que llega el día en el que lo ves, está ahí, ¡tu primer follow de alguien al que no followeas!!!
Alguien importante te da las gracias por seguirle, ¡mira tú qué gente más maja! (pronto descubrirás los autorespondedores…) La cosa no acaba ahí, un día, conectas por la mañana temprano y ves que te siguen 100. ¡100! O sea, 100. Lagrimones como puños te caen por las ojerosas mejillas y das las gracias públicamente como el que ha ganado el Goya al actor revelación.
Madre bloguera-mamá bloguera-macarrones quemados-metamorfosis

Y entonces vas a por los 200 y llega el día en el que alguien te menciona y el día en el que comienzas una conversación, y el día en el que – sí, ese- te metes en una charla en la que no te han invitado. Y te echas unas risas, y más, quieres más, no puedes parar, no vas al baño, te traes el cubo de la fregona para evacuar, una garrafa de cinco litros de agua, el paquete de Bimbo y la fiambrera. De ahí no te mueves. Tienes 200 seguidores y estás a un paso de ser influencer.
En el momento en el que, se te quema la comida, o se te lesiona un niño o ambos, es cuando realmente te das cuenta de que necesitas desconexión y comienza el desenganche. Son fases que todas debemos pasar.
Tu casa…ese reposo del guerrero parece más un campo de maniobras. Te ries de Pinterest y de las fotos monérrimas que sacan algunas en Instagram «todo postureo, seguro». Realizas las tareas lo más rápido que puedes, tratando de ser un adalid de la eficiencia y optimización de recursos, porque tienes que compartir, editar, dinamizar, comentar y entre tus prioridades no está el blanquear las rayas del suelo del aseo. Nop. Y la casa nunca está recogida ni limpia. Nunca. Esa mezcla de desazón con remordimientos te llevan a  tuitearlo y buscar confort y consuelo en el 2.0. y así mal de muchas ya se sabe.
La colada se acumula, la plancha se plancha sola debido al peso de la montaña de camisetas y pantalones. La comida elaborada -esa de a fuego lento- te autoconvences que está sobrevalorada y comienza a entrar en tu casa La Fabada litoral .
Mamá bloguera-madre bloguera-metamorfosis-comida-lata

-«Qué buenas te  han salido las judías mami»

-«Ay hija, toooda la mañana a fuego lento»
Comienzas a echarte unos cafetitos y la partida a la canasta diaria con tu comunidad de pelusas, a las que les das pena y se agrupan en un único rincón, alrededor del radiador por facilitarte la tarea.
Tu vida se convierte en una sucesión de rankings de Madresfera, actualizaciones, optimizaciones de SEO, marcas de agua…tal que mantener una conversacion con tu pareja, medianamente cuerda es casi casi misión imposible:
-«Ven aquí pichón y cuéntame qué tal tu día…»
– «Pues esta semana he tenido un alcance superior a 10000 que ha hecho que mi Klout suba de 65. En cuanto edite, etiquete y programe, voy a ver si linkeo un par de reseñas. Y he de optimizar la indexación de un enlace que parece que la URL se ha duplicado. Después de eso lo celebramos, que no veas cómo me ha puesto el subidón de ranking»
Tus hijos en lugar de pedirte que juegues a las cocinitas te ruegan, te exigen que les hagas fotos, grabes videos y las cuelgues. Tú sueltas la lagrimilla, no sabes si de emoción o de sentimiento de culpabilidad…
Vives por y para el hastag. No hay lugar para las frases gramaticalmente correctas. No hay lugar para eventos ni momentos sin ellos:
– Tía, hoy tengo tutoría #matamecamion
– Yo imposible #nomedalavida. Tengo a los dos pequeños malos #señorllevamepronto y encima hoy estoy más #mombie que nunca porque la mayor #sehavenidoarriba con el pavo y está de un #intenso que no puedo. Así que le he quitado el wifi y tan pancha.
– Ajajaj…estás #onfire, ¿eh? Pues a ver cómo vienen las #madrespantene, que la última vez una iba con los taconazos y el chándal porque parece ser es un #musthave
– Buf, #esonoestápagao.
– Bueno nena, si ves mi #coronaria por ahí es que estoy al borde del #microinfarto.
-Ánimo (Gif Gif Meme)

Te instalas el wassap en el ordenador, no quieres perderte nada. Y mientras manejas tres redes sociales a la vez y estás pendiente del cocido, comienza a brotar una nueva extremidad lateral y otra y otra: llega la madre pulpo que saca tiempo para llevar a los peques a extraescolares, adecentar la casa en su mínima expresión, desempeñar su jornada laboral, escribir, echarse un tinte y todo esto bajo los filtros de instagram y los gifs de twitter.

Acabas sucumbiendo a la fiebre del DIY, lo que vienen a ser las manualidades de toda la vida de Dios, ya sea para elaborar un trastero con palillos chinos de dos alturas o un cenicero con cuatro palos de helado y cartulina. La idea es que al menos una vez en tu vida tendrás que redactar un post sobre eso, superando cualquier fobia o filia.
Y esa es otra, tu sentido del ridículo y decoro se esfuman en cuanto una cámara se te planta delante.Te transformas, y lo peor, te gusta.
Salir a comer al chino de la esquina se convierte en una experiencia #pornfood, algo que desconcierta de una manera extraña a tu pareja que sigue sin entenderte y ya piensa en buscar por amazon un traductor bloguera-español.
Las invitaciones a eventos se transforman en tu peor pesadilla. Te vuelves una asidua del SPAM, «por si acaso» y tu piel va adquiriendo una tonalidad verdosa por la envidia de ver los saraos a los que no puedes asistir por la distancia y a los que no puedes asistir porque no eres digna. Se convierten en el motor de tu existencia. A Dios pongo por testigo, que Disney algún día contactará conmigo.
Y por último, te vuelves adicta a los sorteos. No importa de lo que sea, un collar de lactancia. un silbato adiestrador de perros, unos biberones hechos de piel de camello que no vas a utilizar pero oye, que si los ganas eres una triunfadora (aunque reconócelo, se lo va a llevar Dácil sí o sí)

La madre bloguera es una especie hiperdesarrollada, un paso más en la evolución. Tiene otras motivaciones, otra forma de vida y os cuento algo, pese al cansancio y el estrés que a veces las doce mil colaboraciones y proyectos en los que te metes te generan, merece la pena. Y mucho.

Loading