Lo reconozco, me tiemblan los huesos de pensar que llegan las vacaciones y el parque se presenta como una clara alternativa de ocio vespertina.
Porque amigos, es un hecho mundialmente reconocido, ODIO LOS PARQUES.
Ya no por el tema «socialización», ni el tema de madres/ padres presentes (por favor, ese post de Cuéntamelo Bajito para enmarcar), sino del parque como Concepto.
Ese invento del maligno, en el que los niños se juegan la vida.
Ese destrozaparejas, porque al final la tensión de quién vigila a quién puede con todo.
Ese atascalavadoras, fuente inagotable de arena y piedras que ocho lavados después siguen saliendo de plantillas y culillos de bolsillos.

Tienes tu primer hijo, pongamos que se llama Rodrigo, por ejemplo. Y claro…

– Hay que sacarlo al parque.
– ¿Pero por qué, si sólo tiene un ratillo de vida y su existencia pasa por tener que darle la vuelta cada media hora en el carro como a un pincho??
– Pues para que tome el aire y el sol.
– Ya, ¿pero al parque?
– Que vaya socializando
– Ya, a ver quién tiene el chupe más grande, entiendo.

Tragas parque y llega el día en el que tu torrezno, te pide a gritos (a tí y a todos tus compañeros), un columpio. O, lo que es peor, tienes la brillante idea de sentarlo por primera vez en uno de ellos, porque has oído que «es buenísimo para el equilibrio, que lo he leído en Bebés y más». Lo sientas y suelta una carcajada.

– ¡Cariiiiiii, corre, mira el niño…cómo le gusta!
– Oishhhh…espera que le hago unas fotillos.
– ¡Ay mi niño qué listo! ¡Ven que te como enterito!¡Pero no lo suelteeees…!
– ¡Plof!
-¡Buaaaa!

Al cabo de unos meses el pequeño de tu vida da un paso más…

– ¡Cariiiii, corre, mira el niño que ya se coge sólo!
– Oishhhhh…¡espera que le hago una fotillo!
– ¡Ay mi niño, qué graciosisisisisimo que se coge solito!
– ¡Fuette…fuettte…..!
– ¿Más fuerte peque?
– ¡Tiiiii!
– No le des más fuerte, no le des más fuerte, ¡’no le des más…!
– ¡Plof!
– ¡Buaaaa!

Llega una segunda, pongamos que se llama, qué te digo yo, Aitana.y, por alguna extraña razón, tu churri no está, pon, por ejemplo, que se encuentra de misión, y te hallas con dos niños con dieciseis meses de diferencia pero en similares condiciones psicofísicas.
Con las dos manos columpias a ambos, mientras tratas de que no suelten las manos y se fostien caigan.

– ¡Ay mis niños, qué bien se lo pasan!
– ¡Más fuettttte!
– ¿Siiii?
– ¡Tiiiii!
– ¡Plof! x 2
– ¡Buaaaa! x2

Si a esos múltiples rasguños le unes la curiosidad de la gente por un niño de dos años que no habla ni anda, decides no volver a pisar un parque. Y esperas ansiosa el momento en el que tu churri regrese para hacerle responsable de dicha labor para los restos.

Pero hete aquí que un tiempito después llega un tercero que podría llamarse, no sé, Alejandro. Y claro, uno con los tres va a ser que no. Y es un hecho científico que los terceros saben latín, nacen enseñados, tienen grandes maestros…, el caso es que el niño, que apenas sostiene la cabeza, ya te está pidiendo con los brazos meneíto del bueno. Pero ahora necesitas seis ojos y otros tantos brazos porque los otros están a otros menesteres tales como intentar subir solos por columpios no adecuados a su edad, hacerse sándwiches de piedras y arena o ponerse a escalar muros.
Así que subes a uno, mientras voceas a otro, y tratas de engañar al tercero con cualquier artimaña para mantenerlo cerca.Y entre unas cosas y otras sucede lo inevitable.

-¡Plof!
-¡Buaaaa!

Y al final sí, dejé de bajar al parque, y mi marido asumió esta desagradable misión como propia, y lo mejor de todo, nos acabamos mudando a una casa con `parcelita que me libró de esta autoimpuesta obligación.
Afortunadamente mis hijos necesitan mucha más estimulación de otro tipo, y los parques pasado un breve tiempo les aburren (gracias Dios mío), porque lo reconozco, he perdido años de vida en esos benditos lugares,

Reconócelo, te da escalofríos como a mí…

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