No sabes cómo te entiendo.
Estás de vacaciones y ni aún así te sientes descansada. Tu sensación es la de estar alerta, vigilante, estresada las veinticuatro horas, desbordada, y el cuerpo no te responde.
Tu mente no para de anticipar, organizar, de reflexionar.
Estás exhausta.

 

No sabes cómo te entiendo.
Has perdido la noción del tiempo.
Vives sábados como si fueran lunes. Te guías por los desayunos del colegio y en el momento en el que se rompe la monotonía te encuentras desubicada, sin saber en qué día vives. No sientes la emoción de la llegada del fin de semana más allá de lo reconfortante que supone liberarte de ciertas obligaciones escolares, aunque por otro lado las sustituyes por dosis de paciencia infinitas que tendrás que desplegar con niños 24 horas en casa.
Las supuestas vacaciones son una auténtica carrera de obstáculos, un reto a superar, tu Everest particular que estás deseando encumbrar para poder volver a la rutina de siempre en búsqueda de un descanso que no va a llegar.

 

No sabes cómo te entiendo.
Tienes unos ciclos circadianos revolucionados, falta de sueño, unos ritmos biológicos desestructurados, reglas que te van y te vienen, metabolismo alterado, defensas por los suelos…y con el temor de enfermar a sabiendas de que no puedes, no te lo puedes permitir…
A lo mejor es un Síndrome de Burnout, dirán algunos. Sin alegría a veces, sin emoción, sin intereses…moviéndote por la inercia con cada vez un ánimo más alicaído, más áspero, menos tú.

Y sin ver una salida, añorando hacerte un caparazón donde hibernar durante meses.

No sabes cómo te entiendo.
El no reconocer tu reflejo en el espejo hasta el punto de no querer mirarte. Las secuelas del sufrimiento oculto, las ojeras tatuadas por tantas noches en vela, la piel ajada y apagada.
Canas que no hacen justicia a tu edad, rebeldes, que se resisten ante cualquier tinte.

Estrés hecho carne.

No sabes cómo te entiendo.
Tus noches en vela pensando en el mañana, pensando sobre todo en él, el que más te necesita.

En el rápido paso del tiempo y la lenta adquisición de logros, en lo que esperabas y no llega, en la inminente adolescencia, en el recurrente «qué sera de ti cuando falte«, mientras notas que el corazón se te va apagando un poquito más y el alma te duele. Y lloras en silencio porque nadie debe saber de tus pesares.

No sabes cómo te entiendo.
Cuando te enfrentas a la vida, cada mañana, respirando hondo para coger impulso.
Cuando ves amanecer esas caras que te dan la vida y te sientes culpable por creer que no les das ni te entregas lo suficiente, por creer que malgastas parte de tu precioso tiempo en lamentaciones.
Cuando tu hija mediana te pregunta «¿qué te pasa mamá?¿estás cansada?«, y le acaricias la cara pensando «¿Esto es lo que va a recordar?»
Cuando tu hijo pequeño reclama una atención que no puedes darle porque simplemente no das más de ti, una para tres. Y se rebela. Y al final desiste. Y sientes que lo vas perdiendo poco a poco.
Cuando ves al mayor, caminar de puntillas con el pañal asomando por el pantalón, con movimientos desgarbados dedicarte una sonrisa. Cuando se dedica a hacer pedorretas y aunque tratas de sonreir solo te quedas con lo que hace a sus once años. Entonces, cuando ya no puedes más, acude a buscarte la frente para un beso, los brazos para un baile, te dedica un chasquido que tanto significan y todo, absolutamente todo, se desvanece, quedando ese instante.
Cuando olvidas tu propia existencia y te fundes con esa parte de ti que, entre algarabías, risas, gritos que te recuerdan lo viva que estás y lo que os necesitáis mutuamente, y sin darte cuenta tu semblante sombrío ha vuelto a recuperar rubor.
Cuando criar en soledad es tan duro que has conseguido hacer de tus días un escudo impermeable para que nada te afecte.

 

No sabes cómo te entiendo.
Porque tienes tres razones para levantarte y agotarte. Porque a pesar de no reconocerte en el espejo, siempre queda esa parte de tí que te recuerda quién eres y la fortaleza que tienes.
Cuando antes de salir a la calle y comerte la vida, te calzas tus desgastadas Converse, esas que han vivido mudanzas, positivos, que han hecho kilómetros y te sientes nostálgica y más tú.
Y sueltas todo lo que llevas dentro, te lavas la cara, respiras hondo y reseteas.
Porque a pesar de todo, cada día es el último y el primero, cada día es un nuevo afán, cada día es una pequeña alegría.
*Actualizado a 27 de abril de 2019