diversidad funcional-#Elde9- juego- estimulación- NintendoHace algo menos de un año tenía a mi señor esposo atacado de los nervios y espídico perdido porque en breve su vida iba a encontrar un nuevo sentido: llegaba Pokemon Go a los dispositivos móviles, y por ende, a ser el tercero en discordia en nuestra relación.
Once meses después la cosa se ha relajado pero él sigue ahí, al pie del cañón, al tanto de las actualizaciones, pendiente de cualquier cambio, orgulloso de su pokédex a rebosar, casi casi completa. Ya ves, unas coleccionamos premios y otros Pokémon. Para lo que hemos quedado.

Superada ya la etapa del cabreo supino cada vez que salimos a la calle y va más pendiente de capturar un Eve que de escuchar las interesantísimas cosas que le he de contar, una servidora ha hecho de tripas corazón porque mi rechazo a ese juego, en cuyas redes -yo, confieso- en un momento determinado quedé atrapada, ahora ha dado paso a mi admiración más profunda porque ha logrado que mi hijo mayor, #elde9, quiera jugar y eso, señores míos, es el premio de los premios.
Ya he comentado en varias ocasiones la ausencia de juego en Rodrigo, ni simbólico ni no simbólico, y todo sabemos lo importante que es que un niño aprenda a jugar. Nosotros, a día de hoy, apenas hemos logrado encontrar intereses. Estos llegan en forma de peluches musicales y se van, por temporadas. Hemos probado de todo, pero lamentablemente no parece tener intención de experimentar cosas nuevas.
Mi señor esposo, que Dios guarde muchos años, todos los días saca a nuestra perra percherona y, si puede acoplar el niño, lo hace. El ejercicio es fundamental para él, forma parte de su terapia diaria imprescindible.
Y sí, mientras saca a la perra y sujeta al niño, aún consigue, no sé de qué manera, hacerse con una mano para lanzar pokéballs y capturar bichejos de los que les gusta.
Sí, he dicho LES, porque parece ser que al mayor LE FLIPA jugar a Pokémon Go.
Comenzó riéndose al ver las imágenes en movimiento. Su padre lo que hacía era cogerle el dedito y jugar a que él cazaba. Y le vio la gracia, por lo que pedía más. Así que, si había que recargar en alguna pokeparada, otra vez, cogía su dedito y lo deslizaba por la pantalla. Luego llegaron los combates…hasta que hemos alcanzado ese punto en el que uno no puede coger un móvil sin que aparezca con sus andares desgarbados y sus grititos de emoción pensando que vamos a jugar. Los cabreos cuando ve que no, que sólo vamos a llamar son épicos.
Pero, sin duda, lo que remata ya su pasión pokemoniana es que ha tomado la iniciativa él solito de jugar, con dedo índice incluído.
No sé si os podéis hacer una idea de lo que eso supone a nivel de logros. Rodrigo, con sus nueve años y medio casi nunca ha señalado. Ahora está comenzando a hacerlo. 
Podemos criticar este tipo de juegos, hablar de lo adictivos que son, pueden no gustarnos, todo lo que queráis, pero, lo que es obvio e innegable es que, en el caso de mi hijo ha traído más beneficios que otra cosa. Evidentemente no puedo generalizar al ámbito de la discapacidad intelectual, porque cada caso es un mundo, pero en el nuestro particular ha supuesto:
  • Que no proteste al salir a la calle, con todo lo que conlleva una hora de caminata en cuanto a ejercicio físico se refiere. La activación del organismo es un hecho, bueno, la suya y la del padre.
  • El juego. Ya he comentado la ausencia de juego y esto es un punto de inflexión en cuanto a funciones ejecutivas. Probar cosas nuevas, la curiosidad, el interés, eran elementos desconocidos hasta ahora frente a la rutina y la rigidez.
  • El desarrollo de la motricidad fina y el control de la presión de sus deditos sobre la pantalla.
  • La estimulación de la Memoria. Ha aprendido el mecanismo del juego, que hay paradas, que hay bolas, que hay bayas, que hay animalejos-entes-seres que hay que capturar, que cuando una barra roja se coloca en la parte superior significa que se ha perdido la señal GPS y de nada sirve lanzar bolas a diestro y siniestro…
  • Esto va directamente ligado a la discriminación visual de cada elemento.
  • Manejo de tiempos, la espera, la paciencia, la tolerancia a la frustración (bueno, ahí estamos aún lidiando…)
  • Y el tiempo de juego compartido con su padre y su perra que es impagable, por supuesto.
¿Que tenemos contras? Sí. El poder adictivo. Es cierto. Es ver un móvil y se lanza con ansia, pero también es verdad que le enseñas la pantalla y sabe que no, que no toca. Ha generalizado salir con su padre y Kiara a coger las zapatillas y el teléfono. Forma parte de su rutina. Y si comienza a dar problemas, pues ya pondremos soluciones, es lo de «cuando lleguemos al rio ya veremos cómo lo cruzamos».
Es difícil explicaros lo que sentimos cuando lo vemos acercarse, coger el móvil, su dedo y se pone a jugar. A ver, entendamos que su destreza no es ni de lejos la de sus hermanos, por ejemplo. Pero esa intencionalidad es maravillosa y emocionante.
Creo que ya ha llegado el momento de retomar todas las aplicaciones y juegos para el IPAD que en su día me recomendaron y que os compartió Pepa Arcos, de Apple Educación en este fantástico post.
Si se os ocurre cualquier otro juego que pudiéramos utilizar, por favorrrr, no dudéis en compartirlo. Me parece que estamos ante un descubrimiento que puede suponer un antes y un después en los intereses de un niño que necesita hacer algo más que ver los dibujos de siempre en bucle.
¡Viva Pikachu!

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