Sé qué palabra exacta decir en cada momento.
Sin paternalismos, ni condescendencia.
Sin falsas promesas.
Sé preguntar sin molestar.
Y escuchar.
Y apoyar.
Sé recomendar a un determinado profesional, o qué se puede trabajar.
Y qué esperar.
…siempre que no se trate de mí…

El tiempo nos había creado una comodidad ficticia.
Pensábamos que lo teníamos hilado, muy bien hilado.
Estructura, rutinas, un funcionamiento que controlábamos, una conducta disfuncional que acticipábamos.
Hasta ahora.
De repente todo cambia.
La frustración, antes puntual, ahora es constante, y va en escalada.
De la indiferencia por no comunicarse ha pasado a una intención comunicativa que se queda bloqueada por la falta de herramientas y recursos cognitivos.
De un bebé, un niño pequeño que se conformaba con ver dibujos en bucle, a un preadolescente que no sabe qué quiere, no se conforma, se irrita, se molesta, se angustia.
De un carácter afable, tranquilo, calmado a un carácter inestable, nervioso, irritable y agresivo en ocasiones.
Y esas agresiones me matan un poco por dentro.
Aunque sigue teniendo la mirada más honesta que me he encontrado nunca.

Las alteraciones sensoriales llevan la delantera.
En un cuerpo fuerte.
Y si no quiere andar, no anda.
Si se agarra a una puerta, no lo puedes soltar.
Si entra en crisis de llanto y gritos, nada se puede hacer.

Entonces, en ese momento, eres consciente de dónde te hayas. Y no me refiero al lugar físico, sino DÓNDE. En qué momento, y te preguntas «¿cómo he podido llegar a este punto?. ¿Cómo me ha llevado la vida a no saber cómo gestionar ese momento?»
Solo te sale llorar, bajo las enormes gafas de sol, mientras los pequeños te cuentan su día peleando y alzando la voz a ver quién dice más palabras por segundo. No les escuchas: solo oyes gritos mientras, como puedes, lo agarras de ambos brazos para obligarle a caminar. Hasta que se calma.
Pero ya no hay vuelta atrás.
Tu mente comienza a jugarte una mala pasada y enlaza pensamiento negativo tras pensamiento negativo. Comienza a imaginar el futuro, y las emociones se van descontrolando.

Pasan las horas.
Ya está.
No más lágrimas.
Solo un rastro de amargura que ha creado una arruga más, y ha sumado unas cuantas canas.
Estás agotada, emocional y físicamente.
Pero no puedes parar, nunca, no en esta carrera de fondo.
Sí respirar, pero nunca parar.

Ahora toca reflexionar, buscar porqués y recuperar la fuerza.
Momentos así llegan.
Siempre.
A todos.
Y hay que dejarlos salir.
Ser cuidador es unos de los trabajos más difíciles, duros, complicados pero a la vez necesarios y hermosos del mundo.

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