Perder-nervios-Autismo-Autismom

Ha sido un fin de semana muy largo. 
Con desveles nocturnos, horarios descontrolados y, además prácticamente sola, ya que el padre salía de viaje el lunes por la mañana de madrugada y tenía trabajo pendiente.

Además, con mi hija mediana presentando picos de fiebre de 40’3º y el consiguiente susto, preocupación, intranquilidad que genera y que no te deja descansar mientras, vigilante, observas su sueño hasta asegurarte de que todo marcha bien.
Con mi hijo mayor y sus ciclos de sueño de nuevo alterados que implican despertares de madrugada y siestas eternas.

La falta de descanso sumada a los nervios y el estrés hacían que ayer por la tarde mi estado de crispación fuese interesante, pero ahí anduve yo, jugando con ellos, respirando hondo y aguantando el tipo cuando en realidad el cuerpo lo que me pedía era acostar a todo el mundo, incluida una servidora y vegetar.

Llegó la hora de la cena y preparé una sopa con fideos, ideal para el dolor de garganta de #Lade8. En el momento de sentarse a la mesa, Rodrigo vio el plato y entró en crisis: gritos, golpes, caídas al suelo, resistencia…Cogí el IPAD  -recurso que utilizo con él en casos de desesperación máxima, ya que «Los tres cerditos» en bucle lo calman- y traté de sentarlo. No fue fácil. Le hablé, le expliqué, le cogí las manos y nada, seguía gritando, cerrando la boca, moviéndose como si estuviera poseído.
Acerté a meterle una cucharada, ya con cierta violencia. Apunto que, si a mi hijo no le metes la PRIMERA cucharada a la fuerza NO COME, moriría de inanición, son rigideces de su Autismo, nada que ver con hábitos alimenticios.
Lo escupió, metió los dedos en el vaso de agua, fideos por todas partes mientras sus hermanos comían y lo miraban impasibles. Están acostumbrados.
Respiré hondo mientras me llevaba las manos a la cabeza y me contenía.
Antebrazo entero dentro del plato, plato volcado, vaso al suelo, enganchón de pelo a su hermana…y estallé.
Mucho.
No estoy orgullosa.
Una retahíla de gritos, zarandeo, con golpe incluído a la mesa…en fin. 
Este tira y afloja constante a veces me puede. Es tremendamente complicado ponerle límites, resulta muy frustrante. Cuando estamos ambos, el padre y yo, y uno nota que no puede más para eso está el otro, para tomar el relevo con calma. Pero no pudo ser.
Cuando quedaba un tercio del plato, yo ya no podía rebufar más, ni él llorar más, ni mancharse más.
Sus hermanos le decían que había que regañarle aunque nos diese pena, porque no podía hacer lo que quisiera, porque tenía que tomarse unas pastillas y porque todos necesitábamos normas. 
«Las pastillas»

Me percaté que no le había puesto las dos cápsulas de la noche en la cucharada, aunque a veces van en la leche o en el yogurt. Es una rutina que lleva a rajatabla. Si se te olvida, ahí está él para recordártelo, es el paciente perfecto.

Pero anoche no las había puesto aún. 
No sé si el estallido se debió a eso, a que rompí su dinámica.
Es posible. O no.
La cuestión es que después se tomó el yogurt, sonriendo, ya buscándome la mirada y un gesto de cariño por mi parte.
Le acaricié el pelo mientras le decía «¿Por qué me lo pones tan difícil hijo?», le di un beso y me rompí por dentro.
Sentí náuseas y dolor.
Por todo.
Por no haber sabido, como adulta, gestionar ni controlar mis emociones en ese instante.
Por no descifrar sus necesidades.
Nunca sabré si las píldoras tuvieron algo que ver.
Esta es solo una de las variadas situaciones de nuestro día a día.
Complicado, duro, difícil, estresante.
Una vez más, las dificultades de comunicación me han puesto a prueba y yo he perdido.

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