Confieso que no tenía prevista ninguna de las publicaciones de esta semana. No estaba planeado.

Están siendo unos días complicados por mil motivos, y no precisamente relacionados con los pequeños. La vida es caprichosa a veces y tiende a lanzarte órdagos que ponen a prueba tu paciencia, resistencia, fe, y todo lo que quieras. Pero entendemos que todo es para hacernos más fuertes y para hacernos aterrizar, que de vez en cuando no está de más recordar lo verdaderamente importante.

A lo que voy.

Que esta difícil semana -y aún estamos a jueves por la mañana- está dándome además de disgustos, grandes oportunidades de reflexión, de análisis, de perspectiva. Y hoy me gustaría compartiros una vivencia y una experiencia que atesoro y que creo que os va a hacer pensar.

Veréis.

He conocido a una persona. Un hombre que rondará los cuarenta y muchos, me atrevería a decir que incluso los 50, que va acompañado siempre de un cuidador porque se trata de un adulto con discapacidad intelectual severa, y que por diversas circunstancias coincido cada día con él.

Confieso que el primer día que lo vi me quedé parada porque no sabía cómo dirigirme a él. Yo, la persona que tanto habla sobre naturalizar y desestigmatizar la discapacidad, me veía analizando una situación de cualquier manera menos natural. Me sentí fatal. Todos esos pensamientos y emociones me rondaron en cuestión de segundos, os lo prometo.

Estaba muy centrada en la persona que lo acompañaba, que lo trataba de una manera bastante infantilizada. Así que decidí observar, al tiempo que él también me miraba, bueno, nos miraba a Rodrigo y a mí.

El segundo día hablamos de lo tarde que llegaba el autobús y del frío que hacía. Ahí ya me hice con su nombre y pude ver cómo se expresaba, cómo se movía. Lenguaje y gestos de un niño pequeño, y necesidad de aproximarse mucho a la hora de interactuar. Pero mucho. Tanto que puede incomodar, pero creo que es su manera de enfatizar, de hacerse entender.

Así que el tercer día me lancé. Frases cortas, sencillas, directas, con tono firme y hablando despacio. Sus problemas de comprensión son evidentes, así que tuve que repetir algunas, reformularlas e incluso olvidarlas porque él no sabía interpretarlas. Traté de evitar rodeos, palabras complejas y así conseguimos establecer una conexión. Respeté sus silencios, ya que su tiempo de respuesta era lento. Hablamos de las vacaciones, de la familia, lloró por la pérdida de un ser querido, demostró su alegría por una llamada mientras aplaudía de la emoción… Y siempre le traté como a un adulto.

Al final me despojé de mi temor. Realmente no sé si era un temor a no ser comprendida, a que se sintiese mal…no sé. Pero fue cuestión de mirar, mirar como miro a mi hijo. Mirar a la persona.

No soy capaz de transmitiros la ternura que me inspiran su inocencia, su sensibilidad, su transparencia. Y el dolor que el fallecimiento de un familiar le ha dejado, profundo. He vivido también un sentimiento de indignación porque al llorar la persona a cargo no hacía más que regañarle, instarle a que dejara de hacerlo y aunque con un tono paternal, el «si vas llorando la profesora se va a enfadar» me hizo sentir mal, me descolocó y molestó, la verdad. Y todo porque su pérdida es de hace más de medio año. Digo yo, ¿y qué más da? ¿No tiene derecho a expresar su pesar? ¿Y si ese día está especialmente sensible por lo que sea?

Este tema de represión de emociones es algo que no entiendo porque no beneficia en nada a nadie. Sobre todo porque no es una conducta nociva, solo está llorando. Y eso está bien, porque es su duelo.

Me removió mucho porque de nuevo despertó mi miedo, ese tan recurrente, a «¿Qué pasará con Rodrigo el día en el que yo ya no esté?¿Qué sentirá cuando no vaya a verlo a la residencia, o no esté en casa, o…?». Y llevo dos días llegando a casa con un nudo en la garganta. Que no tiene sentido abordarlo, pero es un tema que está ahí y que no se puede obviar.

Todo esto ha pasado en tres días. Rodrigo lo busca, tolera su presencia -y eso es MUCHO-. Es divertido, amable y educado y tengo que darle las gracias por haberme abierto los ojos y la mente, esta semana, un poco más.

Cada día es una oportunidad de aprender y vivir cosas nuevas, ¿verdad?