Si aún no me había recuperado de los cuatro festivales, que de navideños sólo han tenido la decoración y el repetitivo discurso de la directora del cole de la segunda y el tercero, ahora llega la operación salida, que no sé yo si le tengo más miedo aún que a las coronas de flores de goma eva…
   Porque vamos, eso de «Por fin son vacaciones» para mí significa «Por fin tengo durante las próximas tres semanas a los tres en casa, a tiempo completo, y con el padre incluído». Es pensarlo y me dan ganas de meterme en la cama y hacerme una bolita.
   Los preparativos del viaje, el viaje, la semana, el preparativo de la vuelta, la vuelta,  arreglar la casa porque cómo se quedó todo antes de irnos…, y, ¡oh Dios mío! aún quedarán dos semanas de feliz convivencia familiar.
  Y ese viaje, ese viaje de cuatro horas y media…
  Por más que he intentado buscar excusas, ponerme malita, meter presión porque ¡qué de cosas tenemos pendientes aquí, en la capital!, al final los remordimientos y algo de espíritu navideño contagiado por el anuncio de Campofrío hacen que me ponga el mundo por montera y me arremangue dispuesta a hacer uso de toda mi experiencia maletil, que con tanto viaje y mudanza, de algo han tenido que servir.
   De todas maneras, en el reparto de los votos matrimoniales no sé por qué me tocó a mí este papelón, éste y sintonizar los canales de la tele. Creo que al final no voy a ser la lista en esta relación.
   Y ponte a bajar la maleta, la más grande que tengas -color violeta pasión en este caso para deleite de mi cinco y pico, y humillación pública de mi costilla que es el que la compró-. Y empieza la fiesta.
   La ropa de los niños, a ver sudaderas casual, un par de ellas, que son nuevas y las tienen iguales los tres, que irán tan monos…y claro, los pantalones de pana, por lo menos por lo menos un par. Vaqueros, leggins para la cuqui, algún chandal para estar en casa, un par de jerseis por si vamos a dar un paseito, ropita para nochebuena y navidad, mudas de cambio para el de casi tres que aún tiene problemas de escape. ¡Ah sí! Ese vestido de lana tan mono con su chaquetita a juego, y que no se me olviden leotardos a porrón, calcetines, y cienes de calzoncillos.
   Espera, al menos tres o cuatro pares de zapatos, que para una vez que vamos en Navidad no van a ir hechos unos zorros, y todos los lazos del mundo de la niña, como trece o catorce, que nunca hay suficientes.
   Los chaquetones en la mano, que si no la ropa de los papás no caben en los tres centímetros de esquina que han quedado libres.
   Y bueno, para mamá un par de vaqueros, no, mejor estos ajustados que me quedan mejor y no me pongo nunca pero, oye, quién sabe si no voy a pegarme una fiesta loca de esas que no tengo desde los 18 digo yo…y ya que estamos ehcamos todo esto que nunca se sabe lo que puede pasar.
   Meteremos zapatos de tacón por si acaso – sí, esos mismos que tengo desde hace 10 años y no me he puesto nunca porque es subirme y me tengo que tomar una Biodramina del mareo que me dan esos 7 cm (riesgo es mi segundo nombre)-.
   Collares, claro, de esos enormes que me encantan, que bueno, abultan mucho, pero sólo de saber que están ahí me quedo mucho más tranquila.
  Total, que aparte de las tres mudas del padre, muy práctico todo hay que decirlo- al final nos encontramos con tres maletas, más bolsa de zapatos y bolsos, más neceseres varios y medio toysurus.
Bueno, ya está todo, suspiro, con los sudores de la muerte, revisando no se quede algún KicoNico por aquí y la liemos. En esas estamos cuando oigo un «¿Has cogido la tortuga?». Maldición se ha dado cuenta, ¿de verdad una tortuga no se puede quedar sóla una semana?¿Qué es lo peor que le puede pasar a un animal prehistórico que nos va a sobrevivir a todos los miembros de esta familia?¿Acaso va a empezar a golpear las paredes del terrario con un cazo pidiendo comida? Pues prepara tortuga, que no veas lo mal que huele el animalito en cuestión, y el aroma que queda en el coche tras cuatro horitas encerrados…
   Y la costilla refunfuñando mientras carga el coche, porque siempre siempre vamos como mulas, refunfuñando al llegar porque en casa de mi madre nunca nunca hay sitio, refunfuñando a la vuelta porque siempre siempre vamos con prisas, y suspirando a la llegada porque es a la menda a la que le toca lavar y planchar ocho kilos de ropa que no nos hemos puesto, mientras juro y perjuro que es la última vez.